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03 agosto 2010

LA PÉRDIDA DE UN SER QUERIDO

Por: José Manuel Heredia.

La idea de escribir mi experiencia y que es tan íntima, solamente tiene como objetivo ayudar, si es posible, a quienes estén sufriendo recientemente el dolor de la pérdida de un familiar, saber que todos pasamos por el mismo dolor y dependerá solamente de cada uno tomarse el tiempo necesario para vivirlo y superarlo, o mejor dicho, aprender a vivir con el.

Mi familia la componen mi Esposa y cuatro Hijos, dos de los cuales dejaron esta vida terrenal en forma repentina.

En agosto de 1985, Macarena, mi hija menor no conoció esta vida, venía con problemas en las vías áreas y no pudo nunca respirar bien, estuvo viva durante 45 minutos, es mi Angelito.

Luego, en abril del 2004, Carolina, mi hija mayor, casada, con una hija de siete meses y otra de cinco años, hoy tienen siete y doce años respectivamente, mis nietas. Carolina se me fue de repente (infarto al miocardio), su partida cambió mi vida.

Es un dolor con derecho propio, me parecía un mal sueño, los primeros días me nació una sensación de entereza, estar ahí para consolar a mi esposa, a mis hijos, pero luego brota la pena verdadera, esa de lo cotidiano, esa de buscarla instintivamente en diferentes lugares, hechas de menos su risa, su olor, la textura de su piel, la calidez de su abrazo, esa pena se me hizo carne. No me permitía asumir mis deberes como padre, esposo, empresario, me sentía nublado, mutilado, sin ganas de hacer nada, no me interesaba el futuro, no me proyectaba en nada porque no me interesaba. Cerré mi oficina y estuve varios meses sin trabajar, me enclaustré prácticamente en mi propia casa.

Carolina cambió mi forma de pensar y ver la vida desde otra perspectiva. Cuando me cruzaba con amigos o gente conocida y me decían que la estaban pasando mal, por diferentes razones; problemas laborales, matrimoniales, de negocios, etc., encontraba todo eso cotidiano, sin importancia, claro, comparado con lo que a mí me estaba pasando. No es que esos problemas me fueran indiferentes, es sólo que pensaba que se podían resolver y lo que a mi me estaba pasando no tenía solución, obviamente no fui una buena persona para mi entorno.

A veces salía a caminar sin rumbo fijo para ver el mundo real y sólo veía personas con rostros vacíos, moviéndose como si fueran hormigas, haciendo sus cosas y pensaba para qué tanta prisa, sentía que no pertenecía a ese quehacer, estaba en las nubes, mis pensamientos estaban en otra parte, estaban con mi Carolina.

Tenía una crisis que no sabía qué debía privilegiar, si el pensar, si informarme o el tratar de comunicarme. Era un gran desafío, qué hacer para llegar a adquirir tal dominio del pensamiento que se le pueda mantener ocupado únicamente por recuerdos estimulantes, ideas positivas, motivos deseados y no por los que intentan imponerse.

Me encontraba en la soledad de mi conciencia, que también se muere, pero hoy recién puedo decir que allí se empieza a nacer de nuevo, desde esta oscura soledad llegamos a ver la luz que incluso lastima nuestros ojos, por muy tenue que al principio sea. Cuando la muerte física nos golpea o toque a quienes amamos, deberíamos reflexionar sobre esto y tomarlo como un mensaje para llenar de sentido vital nuestra existencia.

Debatirse en las tinieblas, en el dolor, en el miedo, en la ausencia, sentirse desorientado, es una experiencia que solamente el ser humano puede vivir en su dimensión más dramática, es cierto que todas las pérdidas son dolorosas, pero creo que la pérdida de un hijo es la peor de todas y es el duelo más difícil de sobrellevar.

Cuando trato de dimensionar el dolor de esa pena espesa, densa, que sentía, me imagino ver la estela de un barco en un océano oscuro, aún así, el sólo imaginarlo todavía me da vértigo.

El dolor de la pérdida de un hijo nos va a acompañar siempre, quizás toda la vida, pero hay que aprender a vivir con ello. Todos sentimos el mismo dolor, la misma angustia, algunos superarán las etapas del duelo en menos tiempo y dependerá exclusivamente del grado de intensidad con que vivan esta experiencia, también de la ayuda del entorno familiar directo así como entender que somos muy frágiles y que necesitamos ayuda, saber que no estamos solos.

Siempre he creído en el amor de Dios pero me hacía el leso, él puede acompañarnos en nuestro encierro y desesperación, fue la luz que empezó a aclarar mis tinieblas, me demoré, es cierto, es que no tenía interés en cambiar mi estado.

4 comentarios:

Unknown dijo...

Excelente artículo, no porque sea de un tipo al que admito mucho como mi papa, sino porque retrata lo que ha muchos padres les ha ocurrido y lo dificil, pero no imposible, que es rearmarse de nuevo para salir adelante.

María José dijo...

Gran artículo tío. Logra captar la dimensión de una tristeza tan profunda, del aprendizaje constante del que somos parte y del ímpetu y la fuerza que llevas contigo.

Anónimo dijo...

El dolor de la perdida, valga la redundancia, nunca se pierde, es la sombra del alma, la presion en el pecho, el fin de los sueños , el inicio de las trincheras, el perdon, la rabia, la angustia, la desmotivacion, la decadencia.....y de tanto caer llega la bendicion de DIOS y de los seres de amor, que cruzaron el humbral.
Gracias por cruzar en mi vida este mensaje.

Catalina Moreno Pérez de Arce dijo...

A pesar de que yo no he vivido una pérdida cercana, me impresiona la fuerza con la que está escrito el artículo y con la esperanza con que ha vivido esa difícil etapa. El amor de los padres a sus hijos es tan grande que siempre quieren que ellos sean felices y hacen todo lo posible para lograrlo. Por lo mismo yo he visto el gran amor que tiene el autor a sus otros hijos y que ha hecho todo lo posible, junto a su señora, de acompañarlos y comprenderlos, dándoles consejos y socorriéndolos cuando ellos más lo necesitan.
Le agradezco al autor por su gran corazón y por compartir su experiencia y ejemplo de vida con todos nosotros.