Por José Manuel Heredia.
Don José Manuel nos hace pensar en la importancia que tiene la mujer en la familia. Su rol, su paciencia, ella es fuente de inspiración, la destinataria del éxito, la que comparte el dolor del fracaso, las alegrías.
Cada hombre transita por el mundo guiado por la luz interior de sus afectos, pero la razón de ser del hombre, sus sueños y sus esperanzas que va forjando, están centrados en la mujer. Es esa mujer que está junto a nosotros o la ausente; la que es o la que fue, la de un mañana imposible o la que pudo ser. Es la mujer que vemos y la mujer que evocamos.
La imaginamos con su ilusión puesta en la construcción o conservación del hogar, en la espera interminable, en la incomunicación callada o la que se oculta con las palabras. El filósofo alemán Oswald Spengler decía que “el hombre hace la historia; la mujer es la historia” y además agrega, “en la idea de la maternidad se comprende el devenir infinito. La mujer es el tiempo, es el sino. Es la lógica orgánica del devenir mismo”
La mujer ha sido casi siempre la fuente de inspiración, la destinataria del éxito, la que comparte el dolor del fracaso o la derrota. La mayoría de las mujeres ha escrito su nombre en los repliegues íntimos de la vida y nadie o muy pocos han podido recoger el eco de su sentir atormentado.
El hombre es conservador por naturaleza. Parece haber construido sus sistemas de valores en base a una elaboración más intelectual que real. El común de los hombres a la hora de resolver una situación que lo afecta, hace justicia, y a veces a media, se adapta al mejor arreglo y finalmente, con toda seguridad escogerá la prudencia.
La mujer es diferente, independiente de su posición o cultura, parece que ha asimilado mejor estos valores. Su rasgo más característico es la autenticidad. Y con esa valentía ingénita que lleva a cuestas, se juega a fondo por lo que siente como buenas causas.
La mujer es temeraria y hasta imprevisible. Podría decirse que es un enigma viviente. Posee eso que llaman el sexto sentido. Es capaz de saltarse todas las barreras y jugarse la vida y el destino sin vacilar. Es como un resorte de mil espirales que se comprime en el dolor o el recogimiento o se estira con violencia rompiendo todo lo establecido. ¿Es esa una reacción primaria o la expresión de una sabiduría profunda? No lo sabemos, pero si estamos ciertos que en esos casos es Sor Teresa de Calcuta o Juana de Arco. Gracias a Dios que la mujer ha sabido conservar la espontaneidad, la intuición y pequeños raptos de divina locura, y esa es la chispa de la vida y una forma de encantamiento.
Al hablar de la mujer no se puede dejar de mencionar la maravillosa trilogía que encierra el alma femenina transmutada en mujer igual a esposa, madre, hija.
Es la mujer hija aquella que desde pequeña protege instintivamente a sus hermanos, aquella que en sus juegos de días largos y serenos, aprieta y mece sobre sus pequeñitos brazos y su tierno pecho a su muñeca, la arrulla, le habla y la cubre de trapos para abrigarla, inocentemente se está preparando, moldeándose para su ofrenda a la vida, cuando el mañana le traiga el goce de la maternidad.
El amor maternal, es el más puro, el más sublime, el más real y efectivo de los amores, ese amor ha guiado nuestros primeros pasos, nuestras primeras sílabas, nuestros primeros pensamientos, iluminando nuestros espíritus.
Madre, es la primera palabra que el niño aprende a pronunciar, madre es la primera expresión humana en caso de peligro, en caso de alegría, en caso de temor, de angustia, de pesar; madre, es también la última palabra que sella los labios de quien abandona este mundo, aunque no la pueda pronunciar, la siente en su cerebro antes de perder su conciencia
Dignifiquemos a la madre como símbolo de la piedra angular en que ha de descansar la base de la felicidad de la familia. Hagamos que cada hogar sea el santuario de virtudes morales y materiales, en el cual la madre modela el alma de sus hijos y éstos vean siempre en ella lo máximo de la perfección, lo máximo del amor.
Veneremos los hogares bien constituidos con la pureza de lo espiritual, sin fanatismo, ni prejuicios, ni mentiras, y trabajemos para que cada día sea un nuevo hogar en que se alejen para siempre las diferencias y reine la armonía, para la felicidad de los hijos y de toda la familia.
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