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31 agosto 2010

CUANDO ME FUI DE CASA

Por José Manuel Heredia Ch.


José Manuel nos cuenta sobre lo que ha sido para él su proceso de independencia de sus padres, el cambio de Concepción a Santiago, el de vivir en un lugar donde tenía todas las cosas y servicios que necesitaba a un lugar totalmente distinto, solo, en su propia casa teniendo que aprender a hacer todas las cosas domésticas.


Padres e hijos tienen claro desde un comienzo que en algún momento de sus vidas tendrán que dejar de vivir bajo el mismo techo, ya sea porque los hijos se casan o porque parten a estudiar a otra ciudad. Mi caso es distinto...dejé la casa de mis padres cuando tenía veinticinco años para venir a trabajar a Santiago, era mi primer trabajo luego de egresar de la universidad y una oportunidad profesional que me atraía de sobre manera.
Semanas antes de partir, los días en la casa fueron muy normales y no hubo mayor preocupación respecto al tema. Soy el menor de 3 hermanos y el último que quedaba en la casa, por lo que claramente mi partida marcaría una nueva etapa no solo para mí, sino también para mis padres, quienes comenzarán una vida solos otra vez.
Recuerdo que cuando partí a vivir lejos de la casa de mis padres, tenía sentimientos encontrados, por una parte la alegría típica de poder tener tu propio espacio y esa independencia tan anhelada que los jóvenes buscamos. Pero por otra parte, existía ese sentimiento de extrañar el ambiente hogareño que se respira cuando uno vive con sus padres.
Lo más complicado fue sin duda aprender a planchar mis camisas, algo que pocas veces hice y que se convirtió en todo un desafío del cual me di por vencido y opte por tener a una señora que lo hiciera por mí. Lo otro es acostumbrarse a la rutina de las compras del supermercado, de lavar ropa, etc., en el fondo de hacerse responsable de una casa, que termina siendo un dormitorio al cual uno llega a dormir, ya que aunque uno no quiera reconocerlo, al final para suplir esa ausencia de hogar uno se enfrasca en la oficina haciendo hora para llegar tarde a la casa (a comer y a dormir) o bien sale con los amigos para no sentirse tan solo.
Respecto de las cosas positivas, creo que la madurez que uno alcanza al hacerse cargo de su espacio, de administrar una casa, de trabajar y que la plata te rinda lo que tiene que rendir, es algo que a uno le ayuda mucho para enfrentar el mundo de otra manera, con más responsabilidad de sus actos con uno mismo y para con los demás. Lo otro que rescato es cómo la amistad y el trato en general que tenía con mis padres se fortaleció aún más, tal vez porque cuando uno deja de tener algo al lado, lo tiende a valorar más y se da cuenta de la verdadera importancia que tiene en su vida.
Si tuviera que dar un consejo a alguien que está por irse de la casa de los padres, sea cual sea el motivo, es que jamás pierdan la comunicación con ellos, uno es hijo siempre y los padres son padres siempre mientras uno los tenga. No existe nadie mejor que los padres para que te den luces respecto a distintos temas, no por nada ellos han vivido más que uno, y a su vez, misteriosamente siempre tienen la razón, y es porque te conocen mejor que nadie, aunque a veces a uno como hijo le cueste aceptarlo.

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